El derrame cerebral de su padre a los 49 años inspiró a las hijas a ayudar a los pacientes
Por Diane Daniel, ľ¹ÏÖ±²¥ News
Un domingo por la mañana, Alejandra Rosales Murillo y sus cuatro hermanas estaban sentadas con sus padres en la iglesia cuando una de las chicas observó que su padre tenía el rostro caído.
Le susurró la noticia a su mamá, María Rosales Murillo. Ella se inclinó hacia su esposo, José Rosales Campos, y le preguntó si algo andaba mal.
"Probablemente es la parálisis de Bell otra vez", dijo él. Un año antes había experimentado un breve episodio de la afección, que puede causar debilidad facial temporal.
Según la información era susurrada a cada miembro de la familia, la conmoción captó la atención de un predicador invitado. Él detuvo su sermón para preguntar si todo estaba bien. José asintió. Entonces el predicador guio a la congregación en una oración por José y dio por terminado el oficio religioso.
El predicador urgió a la familia que llevara a José al hospital, pero este se negó. Insistió en que continuaran con los planes del día, que incluían una comida para celebrar los 19 años de una de sus hijas.
La familia vivía en Calexico, California. Aunque el restaurante estaba a poco tiempo de camino en coche, estaba al cruzar la frontera, en Mexicali, México.
Para cuando llegaron a Mexicali, José tenía dificultad con el habla. No estaba respondiendo. María condujo hasta el hospital local. El hospital los rechazó porque el seguro médico de José solo tenía cobertura en Estados Unidos.
María condujo de regreso a California. Normalmente es un viaje rápido, pero en esa fecha, 23 de diciembre de 2012, el cruce fronterizo estaba atestado con los viajeros por las festividades.
Al fin, unas cuatro horas después del oficio religioso, la familia llegó a un hospital en la cercana ciudad de Brawley, California.
Los médicos determinaron que José, que entonces tenía 49 años, tenía dos derrames cerebrales. Su lado derecho estaba paralizado y no podía hablar.
Alejandra, a quien llaman Ale, permaneció en el hospital para ayudar. En aquella época estaba en el último año de preparatoria. Ella sabía que sus padres iban a necesitarla para todo, desde servirles de traductora, porque no hablaban inglés, hasta sencillamente ayudarles a navegar por este nuevo trayecto. Estando ahí, ella también aprendió más acerca de los derrames cerebrales. Se dio cuenta que su padre había corrido un gran riesgo.
Él tenía obesidad, bebía mucha cerveza y tenía preferencia por las pizzas y las chuletas de cerdo. Tomaba medicamentos para la diabetes y la presión arterial alta.
"Mi papá iba al médico una vez al año y siempre se le decía que tenía que cuidarse mejor, pero nunca lo hizo", dijo Ale. "Todas tratábamos de hablar con él, pero él decía, 'Estoy bien, no se preocupen. Aquí estoy, trabajando'".
Después de una semana en el hospital, José fue para la casa en una silla de ruedas. Gradualmente mejoró hasta poder usar un bastón, aunque las convulsiones posteriores al derrame cerebral en ocasiones le obligaron a usar otra vez la silla de ruedas.
José había trabajado en una tienda en Estados Unidos y como embalsamador en México. Ahora no podía trabajar. Recibió algo de seguro por desempleo y discapacidad, así como Medicaid, pero la familia pasaba por dificultades. María hacía juegos malabares con su empleo y el cuidado de José.
Ale incluso pensó en dejar la preparatoria para ganar dinero. Sus padres insistieron en que se graduara. Así lo hizo, y luego comenzó a trabajar. Consiguió un empleo en los campos del Imperial Valley. Tenía que levantarse a las 3 a.m. para llegar al trabajo a cosechar verduras.
Aunque esto ayudó a aliviar la carga económica de su familia, Ale no estaba satisfecha. Ella quería una carrera.
Inspirada por quienes ayudaron a su padre, ella quería ayudar a otros pacientes.
Ale pidió préstamos estudiantiles y pudo graduarse de ayudante médica/clínica.
Desde 2017 hasta 2021, trabajó como empleada de admisiones en el mismo hospital en Brawley que atendió a su padre. El año pasado comenzó a trabajar como gerenta de caso. Ella ayuda a los profesionales de la atención médica y a los pacientes a ganar acceso a los medicamentos mediante la coordinación con sus compañías de seguro para garantizar cobertura.
Puede trabajar de forma remota, así que se conecta desde la casa de sus padres. Esto le permite pasar tiempo con su padre todos los días.
"Él es como mi compañero de trabajo", dijo ella. "Durante mi descanso, veo como sigue las noticias y le preparo algo para comer".
José se mueve mayormente con la ayuda de un bastón, aunque también usa con frecuencia una silla de ruedas o un scooter. Habla unas pocas palabras y en otros casos gesticula con su mano izquierda para comunicarse. Aunque su pierna derecha tiene algo de movimiento, su brazo derecho permanece paralizado.
Una de las hermanas menores de Ale, Adriana Rosales, también se inspiró a ayudar a los pacientes. Ella trabaja como enfermera en un hospital en Tempe, Arizona. Tenía 12 años y estaba muy apegada a su padre cuando él tuvo el derrame cerebral.
"Tuvimos un buen sistema de apoyo de nuestra iglesia y la familia, pero yo no estaba consciente de lo difícil iba a ser, tanto financiera como emocionalmente", dijo Adriana.
Las hermanas no pueden menos que preguntarse cuán diferentes habrían sido las cosas si su familia hubiera sabido más acerca de los riesgos de derrame cerebral.
Ellas también reconocen que probablemente se vieron afectadas por las tradiciones culturales hispanas. Muchos de los alimentos que comen regularmente no forman parte de una dieta saludable. Para complicar aún más las cosas está el hecho de que la salud se considera como un tópico de discusión tabú, dijo Ale. Eso es a pesar de que los hispanos tienen una tasa relativamente elevada de , y .
"Nuestro objetivo como una familia es difundir concientización sobre el derrame cerebral, especialmente en nuestra comunidad", señaló Ale. "Queremos que ellos sepan lo mucho que puede afectar no solo a la persona que tuvo el derrame cerebral, sino a todos los que la rodean".
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